Desde la ventana de la casa de Gastón y Sonia, donde generosamente nos alojaron, contemplo la majestuosidad de los Andes Chilenos cubiertos por nieve, tan densa y brillante, que permiten fácilmente entrar en oración de contemplación y adoración, imagino así la vida espiritual, un camino en ascenso y descenso, un camino hacia la cumbre de la perfección, un camino hacia Dios.

Se ven tan brillantes sus picos más altos que cualquier mortal quisiera llegar hasta allá y desde allá contemplar la llanura y seguramente en profundo silencio, dar gracias a Dios. Eso es lo único que quisiera en estos momentos, con los ojos del Espíritu contemplarlo y darle gracias, darle gracias por su fidelidad, por su amor, por su entrega, por su Presencia en mi vida, la siento tan real que no me salen palabras, solo silencio y adoración.

Me pregunto si te has detenido a dar gracias en silencio, si has saboreado las delicias de la gratitud, si estás ascendiendo hasta las cumbres del Espíritu, cuanto quisiera poder subir más, ascender más, contemplar más, entrar y quedarme en su eternidad, soy consciente que no lo puedo hacer en mis fuerzas, que es un don del cielo el ascender, un don que lo da el Espíritu.

Hoy tenemos mil motivos para agradecer, para subir, para hacerlo desde la profundidad de nuestro corazón, producirá en nosotros una armonía interior tan especial que nadie nos  podrá quitar la huella que deja su Presencia. Dejemos todo en éste momento y experimentemos el ascenso que se produce en nuestro mundo interior cuando nos dejamos embriagar por su Amor. No te detengas en ninguna vicisitud del camino, asciende hasta tocar su corazón, hasta quedar impregnado de una profunda paz interior, asciende, no te detengas, sigue ascendiendo sin mirar atrás. Bajarás de la montaña fortalecido desde tus entrañas y mirarás la vida de forma diferente, nada te quitará la paz, tendrás la certeza de ir caminando en su Presencia, esa Presencia indescriptible que llena y enamora.