Cargando la cruz en actitud de adoración

Por: Luis Fernando Castro ParraTeólogo PUJ

 

Cargando la cruz…Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota (Jn 19, 16b)

Es posible que a ustedes los lectores les pase igual que a mí, que al acercarme a meditar los evangelios, surjan algunas escenas que no puedo entender, cuánto más, cuando éstas me piden que debo vivirlas, ya que el camino que estoy recorriendo en mi existencia, es el camino que ya recorrió Jesús de Nazareth.

Ese camino, implica pasar por la cruz para llegar a la gloria. Sin embargo, es muy curioso ver que en la existencia humana, se busca hacer lo imposible para evitar la cruz, cuando ésta es sólo el camino que llevará al ser humano a un gran destino, que es la misericordia, la bondad, el perdón, la vida, la paz.

En los evangelios Jesús invita a todos a seguirlo, cargando con la propia cruz (Lc 9, 23-27), aunque esto implique desprecio, rechazo, dolor, sufrimiento, dificultad, angustia, aflicción. Es decir, que para llegar a la plenitud, se hace necesario escalar estos momentos propios, que sólo serán un paso para alcanzar la gloria, la felicidad, la alegría, el gozo del corazón: …y pueden ustedes confiar en Dios, que no les dejará sufrir pruebas más duras de lo que puedan soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla (1Cor 10, 13).

Cargar la cruz en estos tiempos, suscita tener una actitud de adoración, entrega y abandono en la persona de Dios, porque no solo cambiará la vida personal, sino que se hará un factor de transformación para todas las personas que nos rodean. Tu vida, como la mía, debe o está llamada a construirse desde la cruz, como base sólida en el compromiso diario de la vida, ya que aquello que anhelamos o deseamos, cuesta y vale mucho: la unidad de la familia, el trabajo que nos gusta, la salud, la madurez de la fe, el crecimiento en la oración, etc.

La cruz que cargamos cada día tiene el sabor de la lucha diaria, desde el momento que despertamos a una nueva historia, hasta llegar a la nueva noche donde descansamos. Esta lucha no es sólo algo exterior, como si fuera superar los trancones de la ciudad, sino que es, además, una lucha diaria por transformar lo que hay trancado en mi interior y me impide salir de mí mismo en favor de los demás. Como seres humanos, tenemos arraigado en lo profundo de nuestro ser la tendencia a pensar, actuar en favor de nosotros mismos, poniéndonos como el centro de nuestros propios intereses, buscando el reconocimiento, el “poder”; o tener la actitud de “cerrarse en sí mismo”, y por ende, sucumbir en el individualismo, el egoísmo que nos hace huir del sentido de la cruz, que es la relación, no sólo con el Buen Dios, sino con los hermanos, con la comunidad.

Tener una actitud de adoración, cargando la cruz, es renunciar a sí mismo, a los propios intereses, pensamientos, proyectos y planes para que fluya el germen de amor que puso Jesús en la Cruz. Es la libertad de salir de sí mismos para que el amor de Dios fluya a través de nosotros hacia los demás. El hombre se realiza amando, perdiéndose en Cristo para convertirse en lo que ama. Esto no significa que deba renunciar a vivir o a decidir, sino que llama a acoger la vida con responsabilidad, transparencia y honestidad, con “brazos abiertos” a fin de que todos como hijos de un mismo Padre, le honremos y le bendigamos; le hagamos presente en todo lo que realizamos en el mundo, en la historia, en el centro de la familia, en la relación con la pareja y con los hijos.

Cargar la cruz en actitud de adoración no es dejar de ser nosotros, sino el valorar lo que somos como personas e hijos de Dios. Valorar y considerar a los demás como personas con dignidad. Cargar la cruz es hacernos cargo del mal que hay en el interior de nuestro corazón, para hacer no lo que queremos hacer, sino más bien lo que es necesario hacer, para hacerlo bien y con amor.

Asumir la cruz será un acto de adoración y de aprendizaje porque es entregarse, adherirse al seguimiento profundo con Jesús. Es perder el miedo al dolor, el cual es compatible con la alegría. No hay verdaderos discípulos de Jesús, si no hay cruz, si no se desaprende. Dios no va a pedir al ser humano nada que esté por encima de sus propias fuerzas y limitaciones: Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes le aman (Rm 8, 28).

Pidámosle a Dios que por la Gracia y la sabiduría que procede del Espíritu Santo comprendamos que el saber cargar la cruz nos traerá vida y alegría. Que por la cruz que vivimos a diario podamos con la fuerza de su amor levantar a los caídos; orar por los que están enfermos en su cuerpo y en su corazón; guiar a los que están seducidos por el pecado por el camino de quien es el Camino, la Verdad y la Vida: Jesucristo. Que a ejemplo de María a los pies de la Cruz, asumamos con valentía las diversas circunstancias de nuestra existencia y hagamos presente el amor de Dios en todas nuestras relaciones personales, familiares y comunitarias.