Influencia de los medios de comunicación en la familia

Por Nelly Rincón Galvis
 
Hace unos pocos días fui invitada a almorzar a un hermoso restaurante donde, para mi desventura, quedamos cerca de un televisor que proyectaba un famoso programa infantil que ha cautivado a jóvenes y adultos.
 
Digo para mi desventura, pues dicho programa es considerado uno de los más violentos de tiras cómicas, pero visto a nivel mundial por muchos, con más de 500 episodios emitidos y que cuenta con una serie de  premios por dicho contenido. Pero este no es el tema de este artículo, sino que lo traigo a colación ya que solo es un ejemplo de cómo un programa puede atrapar a millones de seres en el mundo y congraciarse con su temática, que para el caso, está basada en una familia disfuncional con alto contenido de violencia y falta de respeto de los hijos hacia los padres y a la serie de personajes que participan en él.
 
Así como este simple programa atrapa a tantos, para nadie es un secreto que los medios de comunicación y la tecnología están teniendo también una gran influencia, no solo en los niños y jóvenes, sino en los adultos.
 
Hay que ver en los programas que se  emiten a diario: la mayoría contiene escenas de sexo, eroticidad cínica en los anuncios comerciales, la exhibición pública de la relación amorosa más íntima, desvirtuando su sentido y valor real para el que fue creado por Dios,  induciendo a la pornografía y degradando la sexualidad humana, no vista como don del Amor divino y como parte de la creación para “ser fecundos y multiplicarse” (Gn 26-28), sino como copartícipes y complacientes de la explotación sexual que crece cada día más ante la mirada indiferente de muchos. 
 
Este tema se ha convertido en uno de los grandes retos que tiene la Iglesia frente a la familia y el espacio que tiene esta para compartir entre sí. De hecho se ha pronunciado a través de una serie de documentos y de la Pontificia Comisión para los Medios de Comunicación Social en Communio et Progressio, acerca de cómo ve la Iglesia la incidencia de estos medios en la sociedad. Lo primero que manifiesta es que los ve como "dones de Dios" (1) (Cf. Pío XII: Carta Enc. Miranda Prorsus, ASS, XLIV (1957), p. 765), como expresión de su amor inmerecido hacia el ser humano.
 
¿Pero tendrá el ser humano suficiente conciencia de ello? Tal vez no, pues vemos cómo se van utilizando los medios, no para unirlo siempre fraternalmente a sus hermanos y contribuir con su obra salvífica, sino por el contrario ha venido generando en la mayoría de casos, especialmente en la familia, distanciamiento que termina muchas veces en soledad en el hogar. Esa soledad, a su vez, busca ser suplida con otras formas para equilibrar el desbalance que se establece en las relaciones con los miembros de la familia.
 
Una de esas formas son las relaciones sociales a través de los medios de comunicación, con personas diferentes a los integrantes de sus familias -con quienes se sienten más a gusto-, optando por compartir con estos y no con sus familiares.  
 
En ello incide mucho la tecnología, que aunque su fin es crear un  mayor sentido comunitario en el ser humano, se ha desvirtuado este fin loable al convertirse en cierta forma, en el canal que mercantiliza la familia. Así "la célula primera y vital de la sociedad"(9), como dice Vaticano II, se ha ido encerrando en la necesidad de estar al día con lo nuevo, lo “in” y novedoso, que la enmarca en un círculo que le reduce el espacio y el tiempo para compartir.
 
El promedio de horas que un niño o un adolescente pasa frente al computador,  videojuegos, televisión, etc., aventaja considerablemente las horas de estudio y de tiempo dedicado a la familia; sin embargo, aunque esto causa malestar a los padres y algo de preocupación, son pocos los usuarios jóvenes que tienen la atención de sus padres en este aspecto, convirtiéndose en personajes complacientes y a veces hasta aprobatorios, poniendo en riesgo salud emocional e integridad de cada uno de los miembros de la familia con el uso inadecuado de estos elementos.
 
Así es como los medios de comunicación rivalizan con el tiempo que se debe dedicar a la familia. Esto sustrae espacios valiosos de participar y de cumplir con su función educativa, reduciendo también momentos de compartir experiencias formativas  durante la cuales se tiene la oportunidad de dialogar y crear fuertes lazos afectivos entre ellos. 
 
En el mundo de las paradojas tendríamos que tener en cuenta, cómo hoy se valora más socialmente el tener el computador, celular, la tableta e internet entre otros, que el espacio para sentarse a la mesa y compartir momentos preciosos con los seres queridos.
 
Pero ¿a quién le corresponde la responsabilidad de cuidar el buen uso de estos elementos? La respuesta no se hace esperar; es a los padres a quienes les corresponde. Pero aquí viene un problema ético, porque como padres podemos exigir a los hijos o como mayores a los niños y jóvenes, que no hagan tal o cual cosa, pero a los adultos, ¿quién?. Es decir, “¿al alcalde quien lo ronda?”. Pues hay padres que no tienen tiempo de hablar con sus hijos porque están hablando por celular. Aún en horas de la comida se prefiere un partido de fútbol compartido con los amigos que con la familia; tiempos en el computador trabajando que fomentar el diálogo y conocer como está cada uno.
 
Así, los medios de comunicación se presentan con un efecto negativo, que incide fuertemente en la familia; pero en la responsabilidad de padres cristianos, creo que está la diferencia. Padres que asuman con compromiso el  manejo de estos medios en su familia; que sin subvalorar y sin desaprovechar la riqueza que puede generar su uso, pongan límites, tanto para grandes y chicos, con la conciencia de que los medios deben ser agentes educativos principalmente y de entretenimiento y no un medio para su división. Los medios no pueden ser un canal para promover la fascinación por actos de violencia, maltrato, irrespeto, degradación del ser humano a través del consumo de  alcohol, drogas, sexo desenfrenado, deseo de poder, ganar dinero a costa de lo que sea, suicidio cuando las cosa no van bien y así muchas otras cosas que se presentan como formas de aplacar la soledad, creando un mundo irreal pero que al final no es otra cosa que medios para atacar a la familia en lo más íntimo de su seno, creando formas o modelos de comprensión de sí misma, que los aparta del modelo  y del plan original de Dios.
 
En conclusión, la tarea es grande  pero realizable; es un  gran desafío. ¿Qué tanto queremos un cambio? ¿Qué tanto anhelamos ajustarnos al propósito Divino en materia de medios de comunicación con influencia en nuestra familia?
 
El amor no solo se comunica con palabras, sino también con hechos que corrigen y edifican.
 
La familia es fundamental en este asunto. Los padres son ejemplo para sus hijos, su modelo a seguir; por tanto deben vivir en función del amor por el poder del Espíritu Santo que les hará ser el mejor ejemplo para ellos y un día, no  muy lejano, ellos dirán: quiero ser como mi papá o como mi mamá.
 
La familia necesita tiempo para orar juntos y para leer la Palabra de Dios; que los medios de comunicación no desplacen estos maravillosos espacios que serán la riqueza para toda la familia.