Ser fiel a la propia fe, reto para el cristiano adorador
Por: Luis Fernando Castro P, Teólogo PUJ
… no seáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas… (Hb 6,12)
El pasado 16 de octubre de 2011, el Santo Padre Benedicto XVI anuncio y convocó en la celebración Eucarística el Año de la Fe (Octubre 11 de 2012- Noviembre 24 de 2013). Un año de gracia y compromiso, de grandes retos para la humanidad porque pide… una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo.
Estas palabras son importantes y significativas para todo hombre de hoy y para este tiempo en el que ya culminamos este año declarado anteriormente, porque permite revisar y fundamentar la vida, no sólo para aquellos que dicen creer en Jesucristo, sino para aquellos que lo viven y que recorren con esfuerzo el camino que Él ya recorrió, sueltos de apariencias, postizos o máscaras que tergiversan el regalo de la Fe.
Pulsar la propia vida humana para darle luz, sabor y alegría a lo que permanece y tiene buenos cimientos, buenas raíces desde la fe, es plantearse seriamente un “proyecto vital” que eleva al ser humano al infinito, pero que a su vez, lo conduce para vivir una vida de calidad a la manera de la persona de Jesús; un estilo de vida en el que se adhiere y se participa de Dios; un proyecto de persona nueva con rasgos que nacen del corazón para hacer que aquello que es imposible, se torne posible; y amar a Jesús con el amor de Dios.
Conocer a la persona de Jesús es un camino de vida, de proceso y continuo seguimiento en el que se da el paso de lo meramente humano a lo divino, con el fin de divinizar lo humano y engrandecerlo, remontando lo terreno y sumergiéndolo en lo pleno, que es transformante. Es aquí, entonces, donde la Fe se convierte en un reto para el ser humano, el cristiano adorador, porque se llega a valorar tanto a la persona de Jesús, que se podrían afirmar las mismas palabras de Pablo: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y la tengo por basura para ganar a Cristo… (Flp 3, 8).
Cuando se carece del pilar de la Fe, el ser humano tiende a cerrarse en sí mismo y busca acaparar todo para él, llenándose de ansiedad, miedo, inseguridad, complejo e irritación. Empero, la fe como regalo de Dios y servicio al bien común emerge para dar firmeza, estabilidad y fidelidad a lo predilecto de Dios que son sus hijos, para superar toda debilidad y sufrimiento… sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos (Lumen Fidei N° 57).
Ser fiel a la propia Fe no es sólo una idea cimentada en argumentos o conocimientos abstractos, lejos de una realidad humana. Es un éxodo, una Pascua gozosa y alegre en la que se encarna la Vida Nueva de Dios. La fe es una experiencia viva, concreta de la historia, que suscita un compromiso fuerte, llamado a transformar, a ir un poco más allá de lo elemental para descubrir que se puede amar. Ese amar se fundamenta no en una fe en “algo”, sino una fe en “Alguien”.
Sin embargo, los obstáculos de una vida de fe no se detienen ni dejan de florecer en la experiencia del ser humano, como cristiano adorador. Los obstáculos se convierten en un problema universal: materialismo, hedonismo, activismo, son murallas fuertes de derribar. Cabe ver como el mundo de la tecnología se desarrolla cada vez más formando una base de vida que envuelve a los hombres y a las mujeres en un afán por el tener, por el placer y por el quedarse en la superficialidad.
De que la ciencia progrese no es la preocupación, el obstáculo o la amenaza de una vida de fe, sino el cerrar los ojos y no querer reconocer en ella la presencia de Dios. Dejar de sentir el palpitar del corazón por la soberbia y el no querer escuchar la voz que orienta y permite conocer la voluntad de salvación y santidad, es de quienes no quieren pasar de la mediocridad a la humildad. Dicho de otra forma, un comportamiento que no trascienda lo material, y se quede meramente en la expresión de los sentidos, acaba en un acto de traición, de infidelidad: si hiciésemos desaparecer la fe en Dios de nuestras ciudades, se debilitaría la confianza entre nosotros, pues quedaríamos unidos solo por el miedo, y la estabilidad estaría comprometida (Lumen Fidei N° 55).
La experiencia del ser humano diariamente exige cultivar la fe. Un aspecto importante de la fe es la vivencia comunitaria que pide la entrega de toda persona para ver, amar, comprometerse, abrirse a la acción de Dios, sintiéndose morada del Espíritu Santo, y desde su libertad vivir un estilo nuevo: el de Jesús.
El ser fiel a la propia fe supone configurar nuestra vida a la de la persona de Jesús, para que aquella se vea transformada e identificada en cada una de nuestras áreas como personas integrales. Esto supone constancia, esfuerzo, lucha; tener una actitud de vigilancia y de vivencia fuerte de la Voluntad de Dios para no desistir y no desanimarse ante los muchos retos que se presentan en la cotidianidad; el no tirar la toalla para enfrentar y atravesar las tempestades de la existencia y comprometerse con el amor de Dios y el hermano, alcanzando perfección, que no es otra cosa que buscar ir hasta el final moviendo montañas y resolviendo crisis con Dios en nuestra vida.
Pidamos a la Virgen María, que siempre fue fiel a la voluntad de Dios, que nos acoja en su Corazón Inmaculado, para que a ejemplo de ella seamos humildes, dóciles a las Graciosas inspiraciones del Espíritu Santo, y así podamos acrecentar nuestra fe y, movernos conforme a una vida al estilo de la persona de Jesucristo, él que es Camino al Padre.