La misión que se la ha confiado al predicador es la de exponer la Palabra de Dios a través de un mensaje y la primera inquietud que nos surge es qué vamos a decir y cómo lo vamos a decir y si estamos suficientemente preparados. Pero también es cierto que, a pesar de ello, en un buen predicador arde el deseo de predicar lo que tiene en su corazón, de predicar lo que ha vivido, la experiencia de amor de Dios en su vida, la experiencia de la salvación de su Hijo Jesús.
Verdaderamente no es fácil. Se nos presenta incansable la tarea de prepararnos día a día; hay que leer mucho, no solo libros o materiales, también es hacer la lectura de los acontecimientos que se van dando día a día en el mundo, porque la predicación debe ser desde la realidad actual en clave de Evangelio y no basta la buena voluntad. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran, que ser predicadores va mas allá de la buena voluntad, de los deseos bien intencionados y anhelos de querer hacerlo bien; también se necesita y ante todo, reconocer con humildad que no lo sabemos todo y estar abiertos a la formación, a las ideas, a las enseñanzas de otros y discernirlas y aplicarlas si es preciso.
Un ejemplo claro de humildad lo tenemos en el sonado caso de Hechos de los Apóstoles, cuando Aquila y Priscila, que observaban a Apolo cuando predicaba, reconocían su elocuencia, facilidad de expresión, su oratoria y como predicaba con ardor; lo veían dedicado y estudioso, conocedor de la Palabra. Debía ser una delicia escucharlo predicar.
Sin embargo, algo faltaba, porque el texto también dice que Aquila y Priscila, “lo tomaron consigo y le expusieron más exactamente el camino”. Es decir, que le ofrecieron ayuda y él humildemente la aceptó. Hechos 18, 24-26. “lo llevaron a su casa y le explicaron en forma más clara y directa el mensaje de Dios”.
En su humildad Apolo aceptó la instrucción, se formó y se capacitó. La humildad permite que seamos dignos de confianza y en la medida en que somos humildes, se adquiere grandeza en el corazón de Dios y de los demás.
Sabemos que los predicadores tienen buenas técnicas, estudian la Palabra de Dios y hay fervor en sus corazones para anunciarla.
Ahora, para aquellos que reúnen todo esto y más, solo queda tener más actitud de apertura, pedir al Espíritu Santo más humildad para reconocer las cualidades y capacidades y ponerlas al servicio del Evangelio.
La humildad nos mantendrá con los pies en la tierra, sin presumidas y engreídas quimeras de orgullo y vanagloria, cuando simplemente, estamos haciendo lo que nos toca, reconociendo nuestra dependencia de Dios, sirviendo y no esperando a ser servido.